EN LA ALMAZARA

Máquinas huérfanas de voces,
espuertas,
ecos lejanos de alpechín y aceite,
las cinchas y las cribas,
recuerdan y anhelan
manos curtidas.

Ruedas aquietadas:
ha huido
el fruto de la paz
nacida al golpe
del pie de una diosa.
Las maderas ya no
aplastan terrones
ni allanan caminos
que abrirán semillas.

Sorprendido,
el paisaje viene a ver
qué se hizo
de sus granos y sus drupas.
Las paredes, expectantes,
saben ya de la alta misión
cumplida.

A contraluz, hierro y piedra,
cuerda y yeso duermen:
apenas les despierta
un vago olor a pintura.
Alguien que mira
a través de otras manos
ha traído el campo
y las casas y el aire
que antes se negaban
a las vigas.

En el infierno huele a ausencia
y en el aire aún dormita
el viejo depósito
que daba la vida.
Al cielo de tejas
voló una paloma
vestida de telas.

La almazara calla
en la vieja alquería.
El tiempo y sus curvas
abrazan los troncos
de hojas verdeplata
y prensan los días.


Rosario Curiel.